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Foto del escritorCarlos Andrés Mendiola

Memorias de una geisha

“Recuerda, Chiyo, las geishas no son cortesanas. Y no somos esposas. Vendemos nuestras habilidades, no nuestros cuerpos. Creamos otro mundo, uno secreto, un lugar de belleza. La misma palabra ‘geisha’ significa artista y ser una geisha es ser juzgada como una obra de arte en movimiento” Mameha.

Arthur Golden entregó en los noventa una novela llena de nostalgia sobre el significado, el viaje y las implicaciones de ser geisha (antes de la Segunda Guerra Mundial, después la tradición se perdió). “Memorias de una geisha” se convirtió rápidamente en un éxito y ocupó las listas de bestsellers por meses. Casi una década después llegó a la pantalla grande. El resultado es disparejo.


La adaptación estuvo a punto de ser dirigida por Steven Spielberg, Brett Ratner, Spike Jonze y Kimberly Peirce. El elegido resultó ser Rob Marshall, cuyo trabajo anterior, el musical “Chicago” (2002) se llevó el Oscar a Mejor Película y le dejó una nominación como Mejor Director. Pero “Memorias de una geisha” es un material distinto.


La historia cuenta la vida de Chiyo, una niña que tras ser vendida por sus padres termina viviendo como parte del personal de servicio en una oquilla o casa de geishas. Ahí Chiyo, de una elegancia natural y con unos ojos distintivos, será preparada para convertirse en geisha. Su hermana corre con menos suerte y es relejada a un barrio donde las mujeres simplemente venden sus cuerpos. Al crecer, Chiyo se convierte en Sayuri (Ziyi Zhang), su nombre de geisha, bajo la tutela de Mameha (Michelle Yeoah). La joven deberá enfrentarse, por un lado, a Hatsumomo (Gong Li), la hija de la oquilla, y, por otro, al amor que siente, pero no debe expresar por el canciller. Todo en el camino para convertirse en la geisha más famosa de Japón.


En el aspecto técnico y visual “Memorias de una geisha” sobresale. La música compuesta por John Williams es una delicia. La fotografía, el vestuario y la dirección de arte son de destacar y proveen al espectador de un ambiente atrayente. Precisamente en esos tres rubros la cinta obtuvo el Oscar. Fue considerada también por su Música Original, Efectos de Sonido y Mezcla de Sonido. Pero ninguna mención le fue dada, aun cuando era una de las películas que más expectativas generó, en los rubros principales.


Prohibida en oriente por considerar que el tema que trata es “muy sensible” y polémica por incluir en los personajes principales a actrices chinas (se realizó un casting pero a las japonesas no les interesó asistir y al estudio le convino más incluir a figuras de renombre), “Memorias de una geisha” pierde en su traslación a la pantalla grande. La novela resulta cautivadora por su carácter nostálgico y su tono de relato. El lector siente que se le cuenta, se le platica, una historia y que se le introduce a otro tiempo, a otra cultura. La película, aunque hermosa visualmente, cae en el melodrama y se siente falta de tiempo. En el último acto parece que el tiempo se acabara y aún quedaran cosas por contar. Es presuroso y poco disfrutable. Lo peor es que el eje central se pierde. “Memorias de una geisha” no es sobre la rivalidad entre geishas ni una historia de amor. “Memorias de una geisha” es sobre lo que significa o significaba ser geisha. Y eso se quedó en las páginas del libro y apenas se ve un atisbo en el brillo de las imágenes.

Memoirs of a Geisha

EE.UU. 2005

Director: Rob Marshal.

Reparto: Ziyi Zhang, Michelle Yeoh, Gong Li, Ken Watanabe.

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