"Las muertas"
- Carlos Andrés Mendiola
- 14 sept
- 8 Min. de lectura
“...la muerte acaba siempre por imponer su silencio en los que la contemplan,” Jorge Ibargüengoitia, Las muertas
Luis Estrada encuentra un nuevo lienzo.
El director detrás de "La ley de Herodes", "Un mundo maravilloso", "El infierno" y "La dictadura perfecta", la tetralogía política, está de regreso y no sólo en el sentido literal, sino en el que expresa que ha retomado la fuerza de su pluma o, si se prefiere, cámara. "¡Qué viva México!", su película más reciente perdió el rumbo, se le salió de las manos. Cada una de sus cintas se ha caracterizado por explorar, criticar y desentrañar la escena política mexicana y a través de ella a la sociedad mexicana. Lo hace con una mezcla de recursos que no dejan una arista sin tocar, abordando temas políticos con un toque de realismo y mucha sátira. Hay imágenes imborrables en su cine como aquella donde un águila frente a los colores patrios es bañada por sangre. Es la brutalidad poética que es a la vez una sinécdoque, una metáfora y una alegoría.
"¡Qué viva México!" estuvo por todas partes y no en el buen sentido de la palabra. Es una película más larga de lo necesario con poco más de tres horas que termina por volverse aburrida. Frente a sus antecesoras se quedó corta en todos los frentes, bueno, menos en el de la duración, desde luego. Sí fue comentada porque Estrada compró los derechos de Netflix que había decidido no estrenar en cines como habían acordado y ello despertó curiosidad, pero mientras sus anteriores entregas se avivaron con el boca a boca, "¡Qué viva México!" se apagó. Dividió a la crítica, algunos la consideraron denigrante, y el público no la encontró especialmente divertida. El grito al que llamaba con entusiasmo e ironía no escuchó eco. La pantalla grande le quedó chica a Luis Estrada.
Trece películas y cuatro décadas le tomó a Luis Estrada llegar su proyecto de pasión, aquél que tenía desde los 15 años, hacer una adaptación de "Las muertas" de Jorge Ibargüengoitia. Era un sueño atípico para un adolescente. Hablaba de una vocación para contar historias. Hablaba de una conciencia distinta sobre la vida y la sociedad. "Las muertas" es un reportaje novelado que cuenta la historia de María del Jesús y Delfina González Valenzuela, alias Las Poquianchis. En la novela van como las hermanas Baladro. "Las Poquianchis" es el nombre que se le dio a quiénes son consideradas las mayores asesinas en la historia de México, activas de 1945 a 1964, y protagonistas de uno de los grandes escándalo mediáticos en la historia, en su momento encendió la llama del periodismo amarillista, impulsando el éxito de la revista de nota roja "Alarma!". La verdad y la ficción se mezclaron en un relato que sigue vivo hasta el día de hoy y que tiene ya estatus tanto de culto como de leyenda. Las Poquianchis eran dueñas de varios burdelas en Guanajuato y Jalisco.
"Las muertas" es una miniserie de seis episodios que bien podrían considerarse cada uno una película. Incia con Serafina (Paulina Gaitán), una de las hermanas, la menor, cobrando venganza de Simón (Alfonso Herrera), un panadero. Serafina y Simón vivieron un tórrido y apasionado romance que sí, suena cliché, pero es la descripción más que adecuada. Simón la deja y cuando Serafna lo encuentra por accidente no hay explicación que valga y evite una lluvia de balas. El evento lleva a Simón a confesar que ayudó a las hemanas a cargar con el cuerpo de una joven que recién se encontró tirado a un costado en la carretera. Es la hilacha que se jala y no tiene fin, el hilo que se mete para sacar hebra y más hebra.
Lo primero que salta a la vista en "Las muertas" es su producción. Ninguna serie mexicana previa de Netflix se ha visto así. Es de época y el detalle está al punto. Hasta hace poco las series mexicanas, algunas como "Nadie nos va a extrañar", "El secreto del río" o "Tengo que morir todas las noches", salieron del ciclo vicioso que las había convertido en telenovelas más breves, con desnudos y lenguaje altisonante, pero invariablemente presas del melodrama. "Las muertas" es el siguiente nivel. Es una súper producción. El presupuesto se nota. Más de 150 actores, locaciones en San Luis Potosí, Guanajuato y Veracruz, más de 200 sets construidos y un elenco que reúne a lo mejor del talento nacional. Vaya, en cameos están figuras como Plutarco Haza, Ximena Romo, Raúl Méndez y Tenoch Huerta.
A Estrada el formato le viene muy bien. Seis episodios le permiten explorar en forma la historia de Las Poquianchis de una manera circular, abordando momentos clave en el ascenso y la caída del grupo delictivo que tiene similitudes el actuar de sectas y cultuos, con las dinámicas, por ejemplo, también, del mal llamado Clan Trevi-Andrade. El capítulo 1 se llama "Las dos venganzas", la de Serafina y la de Simón, al delatarla. Le sigue "Historia de las casas" que se centra en el crecimiento de los burdeles de las Baladro. Sí, tan exitosas fueron que tenían sucursales. Tan influyentes eran que en la inaugiración del "Cielito lindo" estuvieron presentes los políticos más imporantes y recibieron la vención del padre del pueblo. Es otro gran momento en la obra de Estrada, expresivo en sí mismo. El tercero es "La mala noche" que narra la breve y trágica historia del único hijo de Arcángela (Arcelia Ramírez). "Los dientes de Blanca", el cuarto, se centra justo en Blanca (Yessica Borroto Perryman), una de las chicas de las Baladro. Blanca fue comprada a sus padres para que ayudara en la limpieza cuando tenía doce o trece años. Es vendida a las Baladro y se convierte en la sensación; su único completo, sus dientes. La perdición de Blanca le llega cuando queda embarazada de nuevo. "La ley marcial" ocurre cuando los crímenes de las Baladro comienzan a destaparse, cuando la ley cambia y ya no cuentan con el favor... de nadie. Sólo les queda, aplicar "ley marcial", encerrándose para evitar ser encontradas y aplicando castigos y medidas que van subiendo de intensidad. El fin se en "Llega la policía". Desde sus inicios "Las muertas" da cuenta de que las Baladro han sido aprendidas. A las recreaciones se suman declaraciones de los detenidos.
"Las muertas" bien utiliza los saltos en el tiempo. El recurso permite irle poniendo atención a distintas subtramas que detonan en el clímas. Ayuda también a sumergir en el mundo de las Baladro y a comprender, que no a justificar, sus crímenes. Adentra en una realidad que no es del todo atípica y que más pronto que tarde se trastoca, viendo la corrupción, el soborno como algo natural, luego el tráfico de infantes, el sexual, la privación de alimentos, los golpes y la muerte. La mano de Estrada es clave. Hace que haya humor en la tragedia, risas en lo inesperado. Es el caso de los dientes de Blanca. Blanca se los pone de oro y cuando Blanca ya no está, su cuerpo es lo de menos, pero los dientes, ¡los dientes, no!
El guion de "Las muertas" da oportunidad de que cada historia tenga su tiempo y de cubrir todos los frentes: a las Baladra, sus chicas y personal, a los políticos, el ejército, la Iglesia y la prensa. Así, por ejemplo, luce Yessica Borroto Perryman como Blanca, pero también lo hacen Edwarda Gurrola como Lupe o Sofía Espinoza como María del Carmen, otras de las chicas, o Kristyan Ferrer, el Valiente Nicolás, un soldado que "sólo sigue órdenes" de Capitán Bedoya (Joaquín Cosío). Y es que es de notar, Espinoza y Ferrer, por ejemplo, encabezan elencos. Espinoza fue Gloria Trevi en "Gloria" y Ferrer en "Buenos días, Ramón".
El talento está en todas partes en "Las muertas". Al frente están Paulina Gaitán y Arcelia Ramírez. Gaitán es arrebatada, intensa y resentida. El rol da cuenta de la madurez histriónica que ha alcanzado Gaitán. Arcelia Ramírez es una figura consolidada y de quién ya podría decirse que es una primera actriz, con cuatro décadas de trayectoria y ovacionada internacionalmente por trabajos como "La Civil". Aquí da un paso más. Para ser Arcángela se desfigura el rostro, no con prostéticos, con su gesto, duro y adusto, expresando el dolor de una madre que ha perdido un hijo, pero también la fuerza y el coraje de una empresario a quién luego se le va comienza a ir todo de las manos.
Están cobijadas por Joaquín Cosío como el Capitán Bedoya, quién ayudaba a las hermanas, así como se ayudaba a sí mismo, incluyéndose en la ayuda momentos de pasión con Serafina. Como Simón, Alfonso Herrera deja claro por qué el reencuentro de RBD le es indiferente, él está haciendo un rol con dejos de Pedro Infante. Esta Fernando Bonilla como Ticho, el enorme y fiel ayudante de las Baladro, a quién no detienen en un principio, pero quién se encarcela a sí mismo porque así de fiel e incondicional es. Bonilla es genial. Ticho lo veo todo y sabe más de lo que dice, aunque no lo parezca. Salvador Sánchez aparece al final como el Juez Peralta, responsable de llevar ante la ley de las Baladro. Paloma Wooldrich es la señora Benavidez, vecina del "Cielito lindo"; una mujer conservadora que cuando se presenta la oportunidad permite que se rompa el muro de su casa para tener un acceso al burdel y así no violar los cellos de clausura. Leticia Huigara es la otra Baladro, Eulalia. Es la única casada, una mujer que se escandaliza cuando se entera a lo que se dedican sus hermanas, pero que igual se suma a la causa cuando el dinero está sobre la mesa.
Una actuación es crucial, la de Mauricio Isaac. Es irreconocible e indetectable hasta que se busca quién hace a La Calavera, la incondicional de las Baladro que se ocupaba de cobrar y cuidar a las chicas. Estrada no ha elaborado en por qué eligió a un hombre para el rol, pero quizás la respuesta sea sencilla, porque Mauricio Isaac desaparece, en el mejor de los sentidos, en la piel de La Calavera. Es otro su lenguaje corpotal, otra su voz. Es una mujer. La Calavera es ya uno de los personajes clave en la historia del actor.
La manera de "Las muertas" permite comprender una historia atroz. Lo hace de tal manera en que el asombro no deja de llegar, pero también en que se va volviendo usual. Los toques de comedia, la sátira, la ironía y el humor negro son los acentos que regresan la atención al lugar correcto y es que "Las muertas" es una serie bella de ver, no por lo que pasa a cuadro, sino por cómo está retratada. La fotografía en todos sepias le da un aire deslavado, sombrío, que le suma a lo que pasa, pero que no deja de ser estético. Es una obra de arte.
El pulso de "Las muertas" está en que siempre tiene presente que se trata de una ficción basada en hechos reales, en un evento que se acerca al siglo, pero que sigue vigente, en que los hechos fueron llevados al extremo, con cientos de víctimas anunciados por la prensa, muchos que no existieron. Sí, sí hubo abusos y crímenes, los golpes con varas, el tráfico y la explotación de menores, la privación de alimentos, castigos como el cargas piedras con los brazos estirados o el encerrar a las jóvenes por días o semanas, pero la prensa también avivó más el fuego. Suena mejor una centena que una decena, por ejemplo, y "Las muertas" también se ocupa de ello. Luis Estrada es un maestro de la lente y de mostar con ella la realidad social. En "Las muertas" lo hace con pulso y a pulso.
Mientras que a "¡Qué viva México!" le sobró tiempo y le faltó ritmo, "Las muertas" corre a tambor batiente. Adapta una clásico literario que ya tiene una versión cinematográfica de 1976, un clásico por sí misma, brindándole nueva vida y vigencia. La serie le da a Luis Estrada el espacio que el lienzo de la pantalla grande, con todo y su gran tamaño, no le permitía ya en tiempo. El diablo está en los detalles, dicen por ahí, y a "Las muertas" no se le van los detalles. Los propios nombres de las Baladro, uno de los cambios, ahora correspoden al de ángeles, Serafina y Arcángela, quiénes crearon su propio cielo, su propio paraíso de placeres. Dicen también que entre el cielo y el infierno, sólo hay un paso, y que el infierno está lleno de buenas intenciones. A las Baladro, como dicta John Milton en "El paraíso perdido" les fue mejor reinar en el infierno, que servir en el infierno. Es su propio infierno disfrazado de cielo donde se sentían vivas, aunque estuvieran, más allá de lo físico, "Muertas".
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