Esto no es lo que esperaba.
John Crowley ganó mi confianza con "Brooklyn: un nuevo hogar", un drama de época que incluye un romance, pero que no es propiamente una historia de amor. Ése es un componente. Es una historia sobre encontrar un lugar en el mundo y sobre el extrañamiento que se siente cuando se es nuevo en un lugar y se añora del que se viene, pero cuando se regresa, ya tampoco se pertenece. El marketing de "El tiempo que tenemos" me hizo pensar en algo que no es o quizás enfocar mi atención en ciertos elementos que justo son eso, los mercadeables, los atractivos para vender la película.
"El tiempo que tenemos" cuenta la historia de Tobías (Andrew Gardfield) y Almut (Florence Pugh). Él es un representante de Weetabix, una empresa de cereales. Ella es chef y tiene un restaurante. La historia alterna entre tres momentos principales: cómo se conocen, el embarazo y nacimiento de Ella, su hija, y la batalla contra el cáncer de ovario de Almut.
Al principio, "El tiempo que tenemos" es una película retadora. No es la típica película de romance y, es más, no es del todo una historia de romance. El romance es un ingrediente, no el centro de todo, va más allá. El reto que presenta la película está justo en no perderse entre los cambios de tiempos. El recurso podría parecer en principio no tener del todo sentido o propósito. Sin embargo, ese descifrar a los personajes y sus dinámicas tiene por objeto ser una metáfora de los propios inicios de las relaciones. Cuando estás iniciando una relación hay ese elemento que te llama la atención, como aquí, pero también hay otros que son un "misterio". Al final estás tratando de conocer y de entender a la otra persona, de descubrir si realmente te gusta y, más aún, si estás enamorado de él o ella. Eso lo hace la película. Al principio podrás no estar seguro, pero al final, sin duda deja una huella.
Andrew Gardfield y Florence Pugh son parte esencial del éxito de "El tiempo que tenemos". Él tiene esa calidad amigable, muy de "el chico de al lado". Vaya, sabe bien hacer al tipo bonachón, sin que ello implique que el personaje sea unidimensional. No obstante, quién se roba el show es Florence Pugh. A sus 28 años le da una dimensión a Almut que es tanto poderosa como sensible. Almut no es la mujer típica, no necesariamente quiere ser madre, no está en algún momento segura de querer serlo (y está bien), es una profesional, es independiente, es crítica, talentosa y divertida. Es una una mujer en todo el sentido de la palabra y, explico, el personaje salta de la pantalla grande. Puedes palpar al personaje. Ése mérito está primero en el guion y luego en Florence Pugh que se entrega a situaciones que no ha vivido como dar a la luz (en una de las secuencias más hermosas, surrealistas y divertidas de la película porque sucede en el baño de una estación de gasolina) y las hace verosímiles, con mucha, mucha sensibilidad. A ello ayuda el que queda claro que Almut no es "una sola cosa", no tiene una única faceta. Por ejemplo, se descubre que en su momento patinó y que era muy buena, luego explica por qué lo dejo y, más adelante, es una actividad poderosamente poética del desenlace. Es una sorpresa y agrega a darle dimensión al personaje. La temporada de premios 2024-2025 viene con varias actrices al frente para el Oscar a Mejor Actriz. Florence no suena ahora y quizás no aparezca o lo haga poco, pero su trabajo es meritorio de una nominación.
El enfoque de la mercadotecnia de "El tiempo que nos queda" ha estado en gran medida en el romance, en otro tanto en el cáncer. Incluso, una frase que se dice es la famosa "está bien no estar bien". Eso está bien, pero centrarse sólo en ello es reducir una película que más que ser sobre el amor o la enfermedad es sobre la vida. El título en inglés es "We Live in Time" que se traduce como "Vivimos en el tiempo" y va de eso y de lo que enfatiza el título en español, "El tiempo que tenemos" y que más allá de enfermedades o no, sabemos que es finito. Va de aprovechar ese tiempo no en el sentido de libro de superación personal o motivador, en el sentido de ser quién se es, de hacer lo que se quiere hacer, de disfrutar a quién se tiene y de ser recordado o recordada no por un momento. Una de las grandes escenas de la película justo va de eso, del deseo de Almut de que su hija no piense o asocie a su madre con el cáncer porque el cáncer es algo que le pasó, pero no la define.
"El tiempo que tenemos" seguro dividirá opiniones, causará rechazo en algunos o decepción en otros porque la promesa del comercial o los avances es otra, aún y cuando las señales están ahí. Es una película de John Crowley. Va, como "Brooklyn", más allá del amor, más allá de lo romántico. Es una película que se agradece porque tiene verdad y realidad, porque es bella en la manera en cómo refleja la vida, en cómo muestra que está hecha de dolor, de peleas y lágrimas, pero también de alegrías y momentos inesperados, porque no termina de manera convencional y ¡qué bueno! Está bien no ser como las demás, está bien mostrar otras aristas.
Sí, "El tiempo que tenemos" no era lo que esperada y ¡qué bueno! Es mucho más. Su final, sin spoilers, es poético y hermoso. Es emotivo y poderoso al punto de las lágrimas. Es la manera correcta de terminar una gran historia. "Cada minuto cuenta" y cuenta para bien en "El tiempo que tenemos", ojalá cuente igual de bien fuera de la pantalla porque vale la mena y se necesitan más películas que no le rehuyan a la verdad de la vida.
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EE. UU. 2024 - 1h 48m
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