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Foto del escritorCarlos Andrés Mendiola

Bastardos sin gloria

“Probablemente has escuchado que no estamos en el negocio de tomar rehenes; estamos en el negocio de matar nazis. Y amigo, el negocio está prosperando,” Teniente Aldo Raine.

Quentin Tarantino rescribe la Segunda Guerra Mundial en “Bastardos sin gloria”, un homenaje, muy a su estilo, a los westerns y las películas de guerra, que debe su título a “Quel maledetto treno blindato” (1978; en inglés “The Inglorious Bastards”) de Enzo G. Castellari.



El estreno de “El orgullo de una nación” ha sido cambiado del Ritz a un pequeño cine francés. El cambio se debe al interés que su protagonista, un héroe de guerra, tiene en su dueña, la señorita Mimieux (Mélanie Laurent), una judía encubierto. El hecho permite también un mejor control del lugar pues a la función acudirán tanto el führer (Martín Wuttke) como los más altos representantes de la milicia nazi. Reunidos todos, el recinto es el lugar para que Mimieux, antes Shosana Dreyfus, vengue la muerte de su familia. Pero la joven no es la única con la intención de terminar en una noche con el régimen. Los Bastardos, grupo anti-nazi comandado por el teniente Aldo Raine (Brad Pitt), tienen preparada también una sorpresa que se verá modificada ante la pericia del coronel Hans Landa (Christoph Waltz).


Contada en cinco capítulos que alternan la historia de Dreyfuss y los planes de los Bastardos y que desembocan en el estreno del filme bélico, “Bastardos sin gloria” es una muestra del Tarantino en mejor forma. Cada apartado se sostiene por sí solo al construir minuciosamente la tensión entre sus personajes, al tiempo que desembocan, en el explosivo final. La música da a los escenarios, fotografiados con limpieza y un dejo de saturación, el tono adecuado. Quizá lo único reprochable sea el exceso de diálogos (en francés, inglés, alemán e italiano) y la larga duración. Sin embargo, pocos son capaces de escribir diálogos tan memorables y, más aún, de montar y mantener en crescendo conversaciones tan largas. Sólo el primer capítulo (“Érase una vez en la Francia ocupada”) ocupa veinte minutos de una conversación. Y son veinte grandes minutos. El mérito es en gran medida de Christoph Waltz, un actor con más de treinta años de trayectoria, que tiene en Landa (‘el cazador de judíos’) su vehículo a los anales de la historia del cine. Waltz es una maravilla: carismáticamente seductor y monstruosamente malicioso. De una presencia inolvidable y columna vertebral del relato, Waltz recogió el premio a Mejor Actor en el Festival de Cannes y el Mejor Actor de Reparto en los Oscar; la película fue nominada en otras siete categorías, incluyendo película, guion y dirección. Mélanie Laurent es también un descubrimiento. Querida por la cámara, la belleza de Laurent no desmerece ante su talento. Brad Pitt hace de Raine un personaje un tanto caricaturesco pero inolvidable y muestra una capacidad singular para la comedia. Completan el reparto el director de terror Eli Roth (“Hostal”, 2005) como el sanguinario “oso judío”, Diane Kruger como la doble agente y actriz Bridget von Hammersmark, y Mike Myers como el general Fenech.


“Bastardos sin gloria” tardó más de una década en concretarse. Tarantino la dejó inconclusa al no encontrar el final adecuado y realizó “Kill Bill” (2003, 2004). La espera valió la pena. Se ha convertido en su segundo trabajo más taquillero, sólo después de “Pulp Fictrion” (1994), le ha dado su tercera nominación a la Palma de Oro en Cannes y hará todo, menos dejarlo sin gloria pues cumple prácticamente con la máxima final de Raine, “¿Sabes algo...? creo que esta bien puede ser mi obra maestra.”


(Inglorious Basterds)

EE.UU./Alemania 2009


Director: Quentin Tarantino.

Reparto: Brad Pitt, Eli Roth, Christoph Waltz, Melanie Laurent, Diane Kruger, Mike Myers.

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